Raimundo Lida
Hablar de la historia del CELL conlleva a hablar de la historia de su fundador Raimundo Lida, quien nació en 1908 en la ciudad austro-húngara de Lemberg; sin embargo, a los once meses de vida Raimundo llegó a Buenos Aires. Al concluir los estudios primarios, donde destacaba por su inteligencia despierta y su pasión por el estudio, cursó el bachillerato en el Colegio Nacional Manuel Belgrano. Desde muy temprana edad despierta su pasión por las humanidades. En sus estudios secundarios, por ejemplo, Lida guardó especial afecto por Roberto Giusti, estudioso de la literatura y maestro que ejerció desde entonces gran influencia sobre él. En 1925, al concluir el bachillerato, Raimundo optó por ingresar en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA) en donde cimentó su interés por la lengua, la literatura y el pensamiento grecolatinos aunado a sus estudios sistemáticos de filosofía. Ya avanzada su carrera universitaria, Lida entró en contacto con las clases que dictaba Amado Alonso en la Facultad, mientras impulsaba el Instituto de Filología. Recordemos que gracias a Amado Alonso se desarrollaron en la Argentina vínculos con la filología románica y con las teorías lingüísticas europeas; en palabras de Ana María Barrenechea, una de sus más eminentes discípulas, Alonso fundó en Buenos Aires "una auténtica escuela lingüística" que iba más allá de lo que había sido la escuela de Menéndez Pidal. El Instituto de Buenos Aires cumplió una función pionera al fomentar, además, las investigaciones sobre temas latinoamericanos, hasta entonces prácticamente ausentes de los estudios filológicos en lengua española.
El contacto con Alonso fue fundamental en la formación del joven Raimundo pues bajo su influencia se iniciaría en la estilística y la crítica literaria. Al concluir sus estudios en la Facultad pasó a ser su ayudante de cátedra (1931-1932) y luego, Jefe de Trabajos Prácticos en el curso de Lingüística Romance (1933-1947). Al mismo tiempo se incorporó al Instituto de Filología para iniciar su formación como investigador en lengua y literatura, trabajando hombro con hombro con don Amado, pero también muy cerca de Pedro Henríquez Ureña (1884-1946). A partir de entonces, Lida combinó su interés por la filosofía con la filología, desarrollando una novedosa línea de investigación propia sobre filosofía y estética del lenguaje mientras se iba adentrando en el estudio minucioso de la lingüística, la estilística, la teoría y la crítica literarias.
A esto contribuyó también su activa participación en la Colección de Estudios Estilísticos en la que, junto con Alonso, trabajó traduciendo, anotando y agregando ejemplos paralelos del español, y en muchos casos replanteando y debatiendo los problemas centrales de los textos que se daban a conocer. Alonso y Lida publicaron entonces los dos primeros tomos: la Introducción a la estilística romance (1932), que –según Lida, años más tarde– era una especie de crítica al estudio de Wilhelm Meyer-Lübke sobre la lingüística romance, en particular al énfasis que éste había puesto en la gramática histórica para explicar el desarrollo del lenguaje en las literaturas románicas; y El impresionismo en el lenguaje (1936), en cuyo contenido se encuentra el ensayo prácticamente inédito de Charles Bally, "Impresionismo y gramática", y donde ambos hispanistas firmaron conjuntamente un novedoso estudio sobre "El concepto lingüístico de impresionismo", que, en palabras del propio Lida veinticinco años después, "logr[ó], creo, deshacer las mil y una ambigüedades con que se venía utilizando ese rótulo, sobre todo entre los alemanes".
En 1931 cuando Victoria Ocampo fundó la revista Sur, Lida le envío su “primer artículo serio”, que sería el primer eslabón en una larga cadena de estudios sobre Quevedo, y también en la cadena de reflexiones sobre teoría y crítica literarias. Ocampo no tardó en darle una columna de crítica literario-cultural y humorística, que luego lo llevaría a profundizar en el estudio de la risa y la sonrisa en Sarmiento, en Antonio Machado, en Cervantes y en el humor más ácido de Quevedo. Sur y Victoria Ocampo fueron además cruciales para acercar al joven, aún veinteañero, a figuras estelares de la literatura y la cultura argentina e internacional, tales como Borges, Guillermo de Torre y Bioy Casares, Ortega y Gasset y Waldo Frank, Stravinsky y García Lorca. También por entonces Lida comenzó a enseñar Literatura española medieval, Lengua castellana y Composición en el Instituto Nacional del Profesorado Secundario.
Raimundo participó también en el Colegio Libre de Estudios Superiores, entidad privada fundada en 1930 por intelectuales, científicos y humanistas entre los que figuran Alejandro Korn, Francisco Romero, Amado Alonso y Henríquez Ureña. En la revista de dicha institución, Cursos y Conferencias, editada a partir de 1931, publicó varios estudios sobre estilística, literatura y sobre filosofía del lenguaje. En el mismo decenio también realizó diversas traducciones –algunas con Alonso– de obras importantes de lingüística y estilística modernas, varias de ellas anotadas, del alemán, francés e inglés, y muchos artículos de crítica literaria, lenguaje y estética que aparecieron en distintas publicaciones periódicas. En todo el trabajo de Lida se refleja su preocupación pionera por la filosofía, la teoría lingüística, la estilística y la creación estética como un todo para desentrañar la obra y el pensamiento literarios.
En 1936 –y hasta su exilio en México–, a los 28 años, obtuvo por fin su primer nombramiento universitario como profesor suplente en la cátedra de Estética de la Universidad Nacional de La Plata. Durante ese tiempo tuvo la oportunidad de departir con su maestro y amigo Henríquez Ureña, que para Raimundo significaba el privilegio de disfrutarlo como profesor exclusivo. El contacto con don Pedro acentuó en Lida el interés creciente por las letras hispanoamericanas que se traduciría más tarde en varios artículos sobre autores tan diversos como Lugones, Mansilla, Güiraldes, Martí, Borges, Alfonso Reyes y Gabriela Mistral, y que a lo largo de los años profundizaría en estudios más extensos sobre Darío y Sarmiento.
El año 1939 marcó un hito en el desarrollo académico de Lida. Por un lado Amado Alonso fundó la Revista de Filología Hispánica (RFH), y escogió a Raimundo como Secretario de Redacción. Por otro, con el respaldo de Américo Castro, recibió una beca Guggenheim (la volvería a recibir en 1960) para investigar en la Universidad de Harvard las ideas de George Santayana sobre lenguaje y literatura. Ese año en los Estados Unidos le permitió conocer y saborear las grandes bibliotecas universitarias y públicas de ese país, familiarizarse con un sistema académico que, en contraste con la difícil situación argentina, se basaba en la dedicación exclusiva (full time) de su profesorado con una remuneración acorde. La beca le otorgó, sobre todo, tiempo para avanzar sin distracciones en la preparación de la que sería en 1943 su tesis doctoral para la Universidad de Buenos Aires, que ese mismo año publicó en la Universidad de Tucumán con el título Belleza, arte y poesía en la estética de Santayana.
A partir de un nuevo golpe militar a mediados de 1943, el deterioro de la vida académica argentina se manifestó incontenible. El ascenso de Perón, la cesantía de la mayoría de los docentes opositores, entre quienes se contaban Amado Alonso y otros prestigiados profesores, el desmantelamiento del Instituto de Filología, Henríquez Ureña prematuramente muerto, con la Revista de Filología definitivamente suspendida y con Alonso autoexiliado en Harvard, Lida comprendió que su futuro en la Argentina estaba seriamente amenazado. A mediados de 1947, aceptando la providencial invitación que unos meses antes le había cursado Alfonso Reyes, entonces presidente de El Colegio de México, para continuar allí sus labores, volver a publicar la revista y formar un núcleo de estudios filológicos, Lida también optó por exiliarse en México.
En México, en el ámbito profesional, Lida pasaba de un Instituto de Filología que había sido gran centro internacional en la materia a un modestísimo Colegio de México, creado en 1938 por el presidente Lázaro Cárdenas como La Casa de España, para apoyar al exilio intelectual español, y refundado y mexicanizado como El Colegio de México en 1940, al cambiar los vientos políticos del país, con Alfonso Reyes como presidente y Daniel Cosío Villegas, también fundador y director del Fondo de Cultura Económica, como secretario. Raimundo pasaba a asumir como suyas funciones muy similares a las cumplidas por Alonso en Buenos Aires, al convertirse en fundador del Centro de Estudios Filológicos, en maestro de sucesivas generaciones de alumnos latinoamericanos y en creador, a su vez, de la Nueva Revista de Filología Hispánica (NRFH), continuadora en México de su antecesora argentina (suspendida definitivamente en 1946).
Así, pues, a su llegada a México, Lida inició, por una parte, la publicación de la Nueva Revista, para que entre el último número de su predecesora argentina (RFH), de enero-junio de 1946, y el primero de la nueva serie mexicana, de julio-septiembre de 1947, no transcurriera demasiado tiempo. Además, organizó en El Colegio un programa docente de tres años que proveyera sólida formación académica a los jóvenes becarios, aprendices de filólogo. Éstos combinarían sus estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional, donde el propio Lida dictaba clases, con seminarios especializados en literatura y lingüística impartidos en El Colegio bajo su tutoría personal. Los becarios debían asimismo colaborar en la preparación de la NRFH. Por su parte, Lida centraría sus trabajos en temas menos vastos que en su etapa argentina y los orientaría a la estilística abarcando la literatura hispanoamericana, con importantes estudios sobre Darío y Sarmiento, y sobre sus admirados amigos Gabriela Mistral y Alfonso Reyes; emprendería estudios sobre autores españoles contemporáneos como Machado y otros a quienes llegó a tratar personalmente, como Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén y Pedro Salinas; pero, sobre todo, iba a concentrar su pasión y energía en los poetas y prosistas de los siglos de oro, especialmente en Quevedo.
La muerte de Amado Alonso en 1952 significó un nuevo giro profesional para Lida. La Universidad de Harvard lo invitó como profesor visitante un semestre, y poco después un Search Committee ad hoc lo designó para ocupar el cargo de full professor en su Departamento de Lenguas y Literaturas Romances, que asumió a partir de septiembre de 1953, cerrando un ciclo intelectual y vital y comenzando otro centrado en sus propios quehaceres como estudioso de la literatura española desde los siglos de oro y de las letras hispanoamericanas modernas, pero también como profesor en las aulas de Harvard de varias generaciones de hispanistas estadounidenses y de otros países, hasta su muerte en 1979. Con este nombramiento, Raimundo dejaba para siempre las azarosas peripecias del pluriempleo, la angustia ante los altibajos económicos, la incertidumbre laboral y el peregrinar de un país a otro que habían marcado casi toda su vida.
En Harvard, Lida hizo una vez más de la Biblioteca Widener su biblioteca, pero esta vez construiría sobre la gran colección que habían ido creando desde el siglo XIX quienes lo precedieron. En esos años recibió diversos honores, entre ellos su designación por la Universidad como catedrático de la prestigiosa Smith Chair, en 1968; su ingreso en 1970 en la American Academy of Arts and Sciences, y en 1975, en la Academia Argentina de Letras como miembro correspondiente. Raimundo siempre se esforzó por mantenerse en contacto con el ámbito cultural hispánico y con antiguos amigos. Entre éstos destacan los argentinos Enrique Anderson Imbert, luego su colega en Harvard, Borges –con quien sostuvo un memorable diálogo crítico–, Victoria Ocampo, Rosenblat, Ana María Barrenechea y el más joven, H. A. Murena; de México, Alfonso Reyes, Jesús Silva Herzog, Octavio Paz (por unos años en Harvard), y su entrañable Arnaldo Orfila Reynal. Otros más fueron Nilita Vientós Gastón, la incansable defensora del español en Puerto Rico, y en España, el eminente filólogo Rafael Lapesa, el erudito Antonio Rodríguez Moñino, y el gran decano de la filología hispánica, Ramón Menéndez Pidal. A la vez, tampoco dejó de acoger a quienes habían sido sus discípulos, ni a los jóvenes que se le acercaban atraídos por el prestigio intelectual del maestro y la calidez de su trato personal.
El conocimiento teórico de la estilística y el historicismo, aplicados a la estética y al análisis literario es lo que da originalidad a la obra de Raimundo Lida y a su teoría de la creación estética:
Nunca ha habido arte digno de conocerse que no tuviera algún sentido práctico, o intelectual, o religioso. El goce de la percepción no es pleno goce artístico si no se enlaza a nada racionalmente importante, a nada que tenga pleno derecho de ciudadanía en el mundo natural o en el moral (Lida 2014, p. 83).
Obras del autor
- Introducción a la estilística romance, Buenos Aires, 1932.
- La filosofía del lenguaje. 1934.
- El impresionismo en el lenguaje, con Amado Alonso, Buenos Aires, 1936.
- El Concepto Lingüístico del Impresionismo, Buenos Aires, 1936.
- El español en Chile, con Amado Alonso, Buenos Aires, 1940.
- Belleza, arte y poesía en la estética de Santayana, Tucumán, 1943.
- Letras hispánicas, México, 1958.
- Condición del poeta, Lima, 1961.
- Prosas de Quevedo, Barcelona, 1980.
- Rubén Darío. Modernismo, Caracas, 1984.
- Estudios Hispánicos, México, 1988.
Bibliografía
- Lida, Clara E. y Lida-García, Fernando. 2009. “Raimundo Lida, filólogo y humanista peregrino”, en Prismas. Revista de Historia Intelectual. Universidad Nacional de Quilmes: Provincia de Buenos Aires, 13, pp. 115-131.
- Lida, Clara E. y Lida-García, Fernando. 2014. “Raimundo Lida y la estética del lenguaje”, en Belleza, arte y poesía en la estética de Santayana y otros estudios, de Raimundo Lida. 2a. ed. El Colegio de México: México, D.F., pp. 9-17.